Por Alejandra
Usabiaga
En el mes de febrero, Miriam Zavala, Jacqueline Sigg y su equipo
de Narrativa de la UNAM organizaron el taller “Restaurando
el daño de los conflictos escolares” con el Dr.
John Winslade, quien en un día nos compartió la técnica que ha
desarrollado para trabajar problemas de violencia en las escuelas, a través de equipos antibullying, obteniendo resultados positivos al
respecto.
No tardé en empezar a utilizar la técnica con algunxs de mis consultantxs, obteniendo maravi-llosos
resultados, exactamente como expuso John. He elegido compartir una de estas
experiencias, en la que hubo algunos elementos particulares que provocaron que
la intervención fuera un poco diferente a las demás.
Ricardo[1] tiene 12 años de edad y desde el principio de su
escolarización ha asistido a la misma escuela y por lo tanto ha compartido con
lxs mismxs compañerxs. La madre dice que el niño siempre
había gustado de ir a la escuela, manteniendo un desempeño dentro del promedio. Vive con su hermana menor de 9 años y con ambxs padres.
Los padres de Ricardo buscaron apoyo terapéutico para su hijo, después de que la
madre de su mejor amigo, Estaban, les había llamado
por teléfono diciéndoles que él estaba muy
preocupado porque Ricardo en una conversación que
acababan de tener le había dicho que “ya no quería vivir”, y le suplicaba no le dijera a nadie.
Mencionaron que Ricardo tenía aproximadamente 5 meses sin querer ir a
la escuela, se encontraba muy susceptible, y ante cualquier observación que se le hiciera, lloraba; presentaba miedos nocturnos y no
deseaba compartir con sus amigos, negándose a
aceptar las invitaciones que le hacían y aislándose dentro
de la escuela, además de negarse a realizar actividades que antes hacía con entusiasmo, como jugar futbol en el receso.