Leticia Uribe
Cuqui Toledo (Ángeles Díaz Rubín)
Mariana García
Con la colaboración de Mireia Viladevall y Beatriz
Vela[1]
En meses pasados, compartimos en este
blog la primera parte de la experiencia que vivimos al salir de un taller de terapia
narrativa, cuando nos encontramos frente un evento de violencia de pareja.[2]
En ese relato, hablamos de lo que nos llevó a actuar y de cómo atendimos a la
mujer.
Ahora les compartimos la segunda parte
de esa experiencia:
La atención al hombre
Mientras Leticia se iba con la chica,
Mariana y Cuqui se quedaron con el hombre. Cuqui comenta que su prioridad era
que él no fuera a buscarla, al menos mientras estuviera borracho, por eso
empezó a conversar con él para buscar opciones de a dónde podía irse a “pasar
la borrachera”. Sin embargo costó trabajo, porque con el alcohol, él no estaba
entendiendo nada. Cuqui sabía que convencerlo de no ir a buscarla no iba a
evitar que en el futuro hubiera violencia, pero el objetivo era al menos parar
en ese momento.
A pesar de que entre la pareja hubo un
momento de violencia, se dieron cuenta de que él, en ningún momento se mostró violento ni
agresivo hacia ninguna de las tres. Cuqui comparte: “Me centré en él por que sabía que Lety estaba centrada en ella, la
mujer estaba protegida y yo podía centrarme en él. Fue como pura intuición de
mi vejez, ver que él estaba más borracho que violento… Yo lo tomé un poco como
que me salió lo mamá, y le decía ahorita no vale la pena ir a verla, porque vas
a ir a hacer algo con lo que la vas a lastimar y tu también vas a terminar
lastimado”.
Cuqui describe el papel que cada una
cumplió para el hombre en la situación: “Lety
tuvo el papel de bruja, yo el de virgencita aparecida y creo que Mariana,
además de ser la que nos traía los recados de Lety, estuvo parada junto a mí
como mi ‘guarura’, dándome seguridad y confianza”. Mariana comenta “Cada una ayudó desde sus posibilidades y
ninguna se quedo pasiva. Éramos tres sensibilizadas con el tema, contra dos
viviendo la violencia. Hubiera sido muy difícil actuar si hubiéramos sido solo
dos o una.”
Para poder convencerlo de no ir a
buscarla y mejor ir a dormir la borrachera, Cuqui sabía que tenía que encontrar
la manera de conectarse con él. Para esto era importante mantener una actitud
de escucha y acompañamiento.
El haber salido del taller de Rob[3]
un rato antes, le ayudó a Cuqui a tener frescas ideas que ella ya conocía y que
maneja desde hace tiempo: que cuando se trabaja con un hombre que ejerce
violencia es importante buscar entenderlo a él, entender de dónde surge su
necesidad de actuar así. Recuerda que la primera vez que estudió estas ideas
fue en su primera visita al Dulwich Centre de Australia, cuando leyó a Alan
Jenkins[4].
Para ella ese fue el momento en el que cambió su visión, y supo que para
trabajar con un hombre que ejerce violencia, no se puede ver sólo al villano, hay
que saber que siempre hay algo detrás; saber que el hombre por lo general
quiere tener relaciones afectivas valiosas, sin embargo, los discursos
dominantes del patriarcado, le dicen que para ser “hombre” hay que mantener
ciertas posturas de supuesta fortaleza y mantener un lugar de dominación y
superioridad. Estas ideas dicen que debe evitar actitudes y emociones que son
consideradas “débiles” y “femeninas”, y le llevan a actuar desde el control y
la violencia, que le impiden acercarse a quienes quiere. Rob Hall y Alan
Jenkins plantean que conectar con lo que los hombres que ejercen violencia
valoran de sus relaciones afectivas, es un primer paso para invitarlos a asumir
la responsabilidad sobre sus actos de violencia y control para empezar a
cambiarlos.
Cuqui comenta que aquella primera vez
que leyó a Alan Jenkins pensó que eso en México no aplicaría, que aquí los
hombres nunca aceptarían su responsabilidad. Sin embargo, a través de los años,
la experiencia le ha ido demostrando lo contrario, que los hombres aceptan que
ejercen violencia y toman responsabilidad sobre sus acciones cuando logran
darse cuenta de que estas conductas también les hacen sufrir a ellos, al
alejarlos de las relaciones afectivas que desean tener. Por eso su objetivo en
esta ocasión fue tratar de conectarlo con el dolor que le podía ocasionar a él
efecto del maltratarla a ella. En su experiencia, Cuqui ha visto que lo que más
les impide acercarse a esto es la dificultad para mostrar sentimientos, por los
mismos aprendizajes del patriarcado. Al no poder permitirse mostrar sus
sentimientos de dolor, los tapan con enojo y violencia.
Cuqui empezó a escuchar ciertos
discursos que lo tenían justificando la violencia: el decía constantemente “es
que yo le he entregado mi vida a esa mujer” como si eso fuera algo que le
pudiera reprochar a ella y como si fuera algo que le daba derecho a exigirle
cosas. Cuqui le respondió diciéndole que tal vez ahí estaba el problema, que la
vida no se le puede entregar a nadie. Ella cree que el se sintió entendido con
esta conversación, no se sintió regañado ni juzgado y eso le ayudó a hablar de
lo que realmente le dolía. Aquí fue cuando les contó que a su hermana la había
matado su pareja con un cuchillo una semana antes. Al parecer este dolor le
había despertado un enojo que transformo en resentimiento y violencia, como si
ante la dificultad de mostrarse adolorido o confundido ante su propia pareja,
hubiera optado por la violencia hacia ella, como para desquitarse con quien
parece mas débil.
Cuqui cuenta que cuando después de mucho
escucharlo, él habla de lo que le pasó a su hermana, ella trató de decirle que
en ese momento no podía arreglar las cosas, y más que las palabras, la actitud
de ella, de escucharlo, entenderlo y no juzgarlo, lograron que él se
tranquilizara. El escuchó entonces lo que Cuqui le decía y pudo planear ir a
pasar la noche a casa de sus padres.
En esta escucha, para Cuqui fue muy
importante mantener lo que Michael White llama una postura descentrada pero
influyente[5]
“Yo creo que puedo influir mucho por que
ya soy grande, ahí me sale lo mamá. El me vio como eso y tuvo la confianza,
incluso nos daba las gracias al final y todo. Eso lo uso todos los días, el
tipo de mujer que soy, con mi edad, mi estatura, mi mirada, me lo dice la
gente, eso lo utilizo, esa es mi manera de influir. Pero yo no era la
protagonista de nada, estaba enclavada en ayudar al muchacho, no en que dijera
‘qué señora tan linda’ ni en que me diera las gracias, sino en lograr que se
conectara con lo que era mejor para él, en acompañarlo en lo que a él le dolía,
escucharlo para validar su experiencia”.
De la misma forma, la postura de Mariana
influyó como refuerzo y sirvió como un puente entre las dos partes, sin tratar
nunca de ser protagonista.
Para Cuqui, fue fundamental la
coordinación que hubo entre las tres, “fuimos
un equipo terapéutico actuando en forma descentrada e influyente. Los “papeles”
que actuamos fueron de igual importancia, nadie sintió ninguna imposición de
las otras dos”.
Lo que la experiencia nos dejó
Este evento fue insólito e inesperado
para las tres, pero sobre todo fue una experiencia que dejó huellas importantes.
Para Mariana, lo mas interesante y
nutritivo de la experiencia fue que pudo vivir de cerca el lado del agresor, “Fue impresionante ver y escuchar la historia
de dolor que él cargaba y que si bien no justifica de ninguna manera las
agresiones que ejercía, ayuda a poder comprender de una mejor manera qué es lo
que pensaba y sentía él también en esos momentos. A diferencia de otras
circunstancias que he vivido, en esta existió como una grieta más para poder
ver mas claro el panorama de esto que es tan complejo. La impotencia que sentía
del feminicidio de su hermana me fue muy familiar y pude comprender esa rabia e
impotencia”.
Para ella fue como tener un lente con
mejor graduación que permite ver el panorama mas amplio que antes, más a detalle y con un poco más de nitidez. “Esa nitidez ha tenido como efecto en mi
sanar algunos sucesos que siguen siendo dolorosos, pero me permite ver que ese
dolor se ha transformado en acción y en otras cosas”.
Mariana divide su aprendizaje en dos
áreas: la profesional y la de sus relaciones personales. En lo profesional le da
luz para poder hacer una intervención o poder acercarse más a la comprensión de
las historias que le compartan las personas que le consultan. En lo personal “pienso que me va a ayudar a no quedarme con
eso tan dañino que es el miedo y el coraje y si bien los siento en algún
momento, poder saber que después de eso sigue otra cosa”.
A Lety le ayudó a confirmar que ante una
situación de violencia siempre hay algo, aunque sea pequeño, que se puede
hacer. Sabe que siempre lo más importante es cuidarse, no exponerse a un
posible ataque o a una situación peligrosa, pero se puede pedir ayuda, llamar a la policía,
buscar el apoyo de personas alrededor, o al menos generar una distracción y de
ahí ver si hay posibilidad de otro tipo de apoyo.
Por otro lado, tiene claro que el
alcance de lo que hizo es limitado, “no
puedo “salvar” a nadie, no tengo garantía de que ese hombre rectificó ni de que
ella logró protegerse realmente de la violencia de él a un plazo más largo, pero
si fue importante para mi parar el evento, nombrar y señalar la violencia, y
aclarar que la responsabilidad de los actos violentos es de quien los realiza y
de nadie más. Hasta dónde hicieron eco mis palabras, no lo sabré nunca, sólo
puedo esperar que hayan tenido algún efecto”.
Para Cuqui fue sobre todo un
recordatorio de cómo le gusta actuar y vivir poniendo todo en manos de Dios y
conectando su mente y su corazón con la Narrativa “Y como soy buena para contar historias, será una historia que cuente
cuando hable de la responsabilidad que tenemos todos y todas, pero
especialmente quienes trabajamos en forma narrativa: hacer que este mundo sea
mejor”.
[1] Para recopilar
las voces de las tres y poder incluirlas en este texto, le pedimos a Mireia
Viladevall y a Beatriz Vela que elaboraran un cuestionario. Los comentarios
citados en comillas vienen de las respuestas al mismo.
[3] Taller “Respondiendo al abuso dentro de las familias
y construyendo una resistencia ética” impartido en la Ciudad de México por Rob
Hall en julio de 2015, por invitación del “Colectivo de Prácticas Narrativas”.
[4] Jenkins, A. (2001)
“Invitation to Responsability. The therapeutic engagement of men who are
violent and abusive”, South Australia, Dulwich Centre Publications.
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