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lunes, 30 de mayo de 2016

UNA EXPERIENCIA DE TERAPIA EN EQUIPO, EN PLENA CALLE: Respondiendo ante una situación de violencia inesperada. PARTE II



Leticia Uribe
Cuqui Toledo (Ángeles Díaz Rubín)
Mariana García

Con la colaboración de Mireia Viladevall y Beatriz Vela[1]


En meses pasados, compartimos en este blog la primera parte de la experiencia que vivimos al salir de un taller de terapia narrativa, cuando nos encontramos frente un evento de violencia de pareja.[2] En ese relato, hablamos de lo que nos llevó a actuar y de cómo atendimos a la mujer.

Ahora les compartimos la segunda parte de esa experiencia:

La atención al hombre

Mientras Leticia se iba con la chica, Mariana y Cuqui se quedaron con el hombre. Cuqui comenta que su prioridad era que él no fuera a buscarla, al menos mientras estuviera borracho, por eso empezó a conversar con él para buscar opciones de a dónde podía irse a “pasar la borrachera”. Sin embargo costó trabajo, porque con el alcohol, él no estaba entendiendo nada. Cuqui sabía que convencerlo de no ir a buscarla no iba a evitar que en el futuro hubiera violencia, pero el objetivo era al menos parar en ese momento.

A pesar de que entre la pareja hubo un momento de violencia, se dieron cuenta de que él,  en ningún momento se mostró violento ni agresivo hacia ninguna de las tres. Cuqui comparte: “Me centré en él por que sabía que Lety estaba centrada en ella, la mujer estaba protegida y yo podía centrarme en él. Fue como pura intuición de mi vejez, ver que él estaba más borracho que violento… Yo lo tomé un poco como que me salió lo mamá, y le decía ahorita no vale la pena ir a verla, porque vas a ir a hacer algo con lo que la vas a lastimar y tu también vas a terminar lastimado”.

Cuqui describe el papel que cada una cumplió para el hombre en la situación: “Lety tuvo el papel de bruja, yo el de virgencita aparecida y creo que Mariana, además de ser la que nos traía los recados de Lety, estuvo parada junto a mí como mi ‘guarura’, dándome seguridad y confianza”. Mariana comenta “Cada una ayudó desde sus posibilidades y ninguna se quedo pasiva. Éramos tres sensibilizadas con el tema, contra dos viviendo la violencia. Hubiera sido muy difícil actuar si hubiéramos sido solo dos o una.”

Para poder convencerlo de no ir a buscarla y mejor ir a dormir la borrachera, Cuqui sabía que tenía que encontrar la manera de conectarse con él. Para esto era importante mantener una actitud de escucha y acompañamiento.


El haber salido del taller de Rob[3] un rato antes, le ayudó a Cuqui a tener frescas ideas que ella ya conocía y que maneja desde hace tiempo: que cuando se trabaja con un hombre que ejerce violencia es importante buscar entenderlo a él, entender de dónde surge su necesidad de actuar así. Recuerda que la primera vez que estudió estas ideas fue en su primera visita al Dulwich Centre de Australia, cuando leyó a Alan Jenkins[4]. Para ella ese fue el momento en el que cambió su visión, y supo que para trabajar con un hombre que ejerce violencia, no se puede ver sólo al villano, hay que saber que siempre hay algo detrás; saber que el hombre por lo general quiere tener relaciones afectivas valiosas, sin embargo, los discursos dominantes del patriarcado, le dicen que para ser “hombre” hay que mantener ciertas posturas de supuesta fortaleza y mantener un lugar de dominación y superioridad. Estas ideas dicen que debe evitar actitudes y emociones que son consideradas “débiles” y “femeninas”, y le llevan a actuar desde el control y la violencia, que le impiden acercarse a quienes quiere. Rob Hall y Alan Jenkins plantean que conectar con lo que los hombres que ejercen violencia valoran de sus relaciones afectivas, es un primer paso para invitarlos a asumir la responsabilidad sobre sus actos de violencia y control para empezar a cambiarlos.

Cuqui comenta que aquella primera vez que leyó a Alan Jenkins pensó que eso en México no aplicaría, que aquí los hombres nunca aceptarían su responsabilidad. Sin embargo, a través de los años, la experiencia le ha ido demostrando lo contrario, que los hombres aceptan que ejercen violencia y toman responsabilidad sobre sus acciones cuando logran darse cuenta de que estas conductas también les hacen sufrir a ellos, al alejarlos de las relaciones afectivas que desean tener. Por eso su objetivo en esta ocasión fue tratar de conectarlo con el dolor que le podía ocasionar a él efecto del maltratarla a ella. En su experiencia, Cuqui ha visto que lo que más les impide acercarse a esto es la dificultad para mostrar sentimientos, por los mismos aprendizajes del patriarcado. Al no poder permitirse mostrar sus sentimientos de dolor, los tapan con enojo y violencia.

Cuqui empezó a escuchar ciertos discursos que lo tenían justificando la violencia: el decía constantemente “es que yo le he entregado mi vida a esa mujer” como si eso fuera algo que le pudiera reprochar a ella y como si fuera algo que le daba derecho a exigirle cosas. Cuqui le respondió diciéndole que tal vez ahí estaba el problema, que la vida no se le puede entregar a nadie. Ella cree que el se sintió entendido con esta conversación, no se sintió regañado ni juzgado y eso le ayudó a hablar de lo que realmente le dolía. Aquí fue cuando les contó que a su hermana la había matado su pareja con un cuchillo una semana antes. Al parecer este dolor le había despertado un enojo que transformo en resentimiento y violencia, como si ante la dificultad de mostrarse adolorido o confundido ante su propia pareja, hubiera optado por la violencia hacia ella, como para desquitarse con quien parece mas débil.

Cuqui cuenta que cuando después de mucho escucharlo, él habla de lo que le pasó a su hermana, ella trató de decirle que en ese momento no podía arreglar las cosas, y más que las palabras, la actitud de ella, de escucharlo, entenderlo y no juzgarlo, lograron que él se tranquilizara. El escuchó entonces lo que Cuqui le decía y pudo planear ir a pasar la noche a casa de sus padres.

En esta escucha, para Cuqui fue muy importante mantener lo que Michael White llama una postura descentrada pero influyente[5] “Yo creo que puedo influir mucho por que ya soy grande, ahí me sale lo mamá. El me vio como eso y tuvo la confianza, incluso nos daba las gracias al final y todo. Eso lo uso todos los días, el tipo de mujer que soy, con mi edad, mi estatura, mi mirada, me lo dice la gente, eso lo utilizo, esa es mi manera de influir. Pero yo no era la protagonista de nada, estaba enclavada en ayudar al muchacho, no en que dijera ‘qué señora tan linda’ ni en que me diera las gracias, sino en lograr que se conectara con lo que era mejor para él, en acompañarlo en lo que a él le dolía, escucharlo para validar su experiencia”.

De la misma forma, la postura de Mariana influyó como refuerzo y sirvió como un puente entre las dos partes, sin tratar nunca de ser protagonista.
Para Cuqui, fue fundamental la coordinación que hubo entre las tres, “fuimos un equipo terapéutico actuando en forma descentrada e influyente. Los “papeles” que actuamos fueron de igual importancia, nadie sintió ninguna imposición de las otras dos”.

Lo que la experiencia nos dejó

Este evento fue insólito e inesperado para las tres, pero sobre todo fue una experiencia que  dejó huellas importantes.

Para Mariana, lo mas interesante y nutritivo de la experiencia fue que pudo vivir de cerca el lado del agresor, “Fue impresionante ver y escuchar la historia de dolor que él cargaba y que si bien no justifica de ninguna manera las agresiones que ejercía, ayuda a poder comprender de una mejor manera qué es lo que pensaba y sentía él también en esos momentos. A diferencia de otras circunstancias que he vivido, en esta existió como una grieta más para poder ver mas claro el panorama de esto que es tan complejo. La impotencia que sentía del feminicidio de su hermana me fue muy familiar y pude comprender esa rabia e impotencia”.

Para ella fue como tener un lente con mejor graduación que permite ver el panorama mas amplio que antes,  más a detalle y con un poco más de nitidez. “Esa nitidez ha tenido como efecto en mi sanar algunos sucesos que siguen siendo dolorosos, pero me permite ver que ese dolor se ha transformado en acción y en otras cosas”.

Mariana divide su aprendizaje en dos áreas: la profesional y la de sus relaciones personales. En lo profesional le da luz para poder hacer una intervención o poder acercarse más a la comprensión de las historias que le compartan las personas que le consultan. En lo personal “pienso que me va a ayudar a no quedarme con eso tan dañino que es el miedo y el coraje y si bien los siento en algún momento, poder saber que después de eso sigue otra cosa”.

A Lety le ayudó a confirmar que ante una situación de violencia siempre hay algo, aunque sea pequeño, que se puede hacer. Sabe que siempre lo más importante es cuidarse, no exponerse a un posible ataque o a una situación peligrosa, pero  se puede pedir ayuda, llamar a la policía, buscar el apoyo de personas alrededor, o al menos generar una distracción y de ahí ver si hay posibilidad de otro tipo de apoyo.

Por otro lado, tiene claro que el alcance de lo que hizo es limitado, “no puedo “salvar” a nadie, no tengo garantía de que ese hombre rectificó ni de que ella logró protegerse realmente de la violencia de él a un plazo más largo, pero si fue importante para mi parar el evento, nombrar y señalar la violencia, y aclarar que la responsabilidad de los actos violentos es de quien los realiza y de nadie más. Hasta dónde hicieron eco mis palabras, no lo sabré nunca, sólo puedo esperar que hayan tenido algún efecto”.

Para Cuqui fue sobre todo un recordatorio de cómo le gusta actuar y vivir poniendo todo en manos de Dios y conectando su mente y su corazón con la Narrativa “Y como soy buena para contar historias, será una historia que cuente cuando hable de la responsabilidad que tenemos todos y todas, pero especialmente quienes trabajamos en forma narrativa: hacer que este mundo sea mejor”.






[1] Para recopilar las voces de las tres y poder incluirlas en este texto, le pedimos a Mireia Viladevall y a Beatriz Vela que elaboraran un cuestionario. Los comentarios citados en comillas vienen de las respuestas al mismo.
[3] Taller  “Respondiendo al abuso dentro de las familias y construyendo una resistencia ética” impartido en la Ciudad de México por Rob Hall en julio de 2015, por invitación del “Colectivo de Prácticas Narrativas”.
[4] Jenkins, A. (2001) “Invitation to Responsability. The therapeutic engagement of men who are violent and abusive”, South Australia, Dulwich Centre Publications.
[5] White, M. (2007) “Maps of Narrative Practice,” Nueva York, Norton

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