Por Mireia
Viladevall
En este escrito pretendo compartir mi
experiencia durante 15 años como docente de la Licenciatura de Promoción de la
salud, a partir de una serie de ideas que me permiten reflexionar no sólo lo
que enseño, sino cómo lo enseño[1].
Desde mi punto de vista el compromiso de ser docente de esta carrera implica
fomentar y promover la salud en el salón de clases, promoviendo una relación de
acompañamiento en el proceso de aprendizaje que permita reconocer y valorar el
conocimiento previo del grupo, y a partir de él construir uno nuevo que surge
de la reflexión que grupalmente hacemos de los contenidos de los programas,
relacionándolos hasta donde sea posible con la práctica de la promoción de la
salud y con la experiencia de cada estudiante. Para lograr lo anterior comparto
aquí algunas ideas que me han servido.
Lo
que invisibiliza el discurso científico dominante.
Desde la primaria hasta la Universidad,
nuestro sistema educativo se finca en una visión positivista del mundo que
separa la realidad entre mundo natural y mundo social. Lo anterior nos ha
llevado, según Morin[2],
a la división de los conocimientos en áreas cada vez más especializadas y
cerradas en sí mismas, dificultando y hasta imposibilitando, la creación
de relaciones con otros saberes. La
salud, hoy lo sabemos, es mucho más que la ausencia de enfermedad; es una
realidad donde diversos fenómenos (físicos, químicos, biológicos, sociales,
culturales, económicos, históricos) se dan cita y se relacionan entre sí.
Poder llegar no sólo a aceptar sino a actuar
esta idea, implica romper con la idea de “verdad” como aquel conocimiento que es
comprobable y medible. Seguir con esta idea de verdad significa invisibilizar o
descartar otros conocimientos, lo que nos lleva a invisibilizar a personas con
sus saberes y habilidades.
Cuando digo que este discurso dominante
invisibiliza a personas, básicamente me refiero a los/las estudiantes y profesionistas
que, formados bajo el pensamiento positivista, adquieren un conocimiento que queda
corto ante un fenómeno como el de la salud, poniendo en crisis sus esquemas
mentales; esto genera desconcierto y una gran incertidumbre. La incertidumbre y
la ansiedad que ella conlleva, no es tomada en cuenta en el viejo esquema
positivista de enseñanza-aprendizaje, lo que genera en las personas, prácticas
profesionales y personales poco sanas hacia ellas mismas y hacia los demás.
Ejemplo de lo dicho es la planta de
maestros y maestras de la licenciatura de Promoción de la Salud, donde abundan
profesionistas con especialidad en diferentes áreas del saber como: física,
química, biología, antropología, psicología, pedagogía, medicina; cada una de
estas áreas del saber aporta conocimientos al entendimiento del fenómeno
complejo de la salud, sin embargo, el diálogo entre nosotras/os es el gran reto
a vencer. En primer lugar porque no hay un lenguaje que nos permita
comunicarnos fluidamente; cada especialista tiene su lenguaje (resultado de una
educación positivista que ha hiperespecializado sus conocimientos pero que
resulta impotente para entender las relaciones que existen entre diferentes
conocimientos y niveles de la realidad) y resulta un reto intelectual pero también
emocional, salirse del territorio conocido (tu saber). Por otra parte, la idea
de verdad como aquello que es medible y comprobable, choca con la idea de
validez que tenemos en las ciencias sociales, nacida de la propia especificidad
de nuestro objeto de estudio. El encuentro entre distintas maneras de ver y
construir el conocimiento en un contexto donde el discurso positivista es el
dominante nos ha llevado, al desconocimiento y descalificación del discurso
ajeno, así como a una pugna por tener la verdad y el reconocimiento como
poseedores de la verdad por parte del grupo, lo que obstaculiza un diálogo
fluido y constructivo que nos lleve a concebir de una manera compleja y por
ende interdisciplinaria nuestro objeto de enseñanza: la salud.
Un paso que nos puede ayudar a salir de
este problema es pensar que la salud tiene un nivel físico-químico, pero que también
engloba un nivel biológico y otro antropológico-sociológico, y que los
conocimientos de ciencias no pueden ser ni medibles ni comprobables, pero si
válidos. Si miramos la salud de esta manera, podemos visibilizar y valorar
otros saberes que ayudan a comprender cómo otros fenómenos y conocimientos se
relacionan con la salud.
Deseos
inteligentes o inteligencias deseantes en la promoción de la salud
Antes de entrar a este tema, quizás
convenga recordar que la promoción de la salud es una práctica que se da entre
seres humanos/as. Así las cosas, reflexionar sobre lo que entendemos como ser
humano/a no sea una tarea vana ni mucho menos. Propongo ir más allá de la
definición (también positivista y dominante) del ser humano como animal
racional, es decir como un animal que tiene la capacidad de relacionar
pensamientos y dilucidar verdades.
Propongo la definición de ser humano/a de
José Antonio Marina[3]. Para este filósofo la persona humana es una
inteligencia deseante, o un deseo inteligente. Es decir, tiene capacidad de
relacionar pensamientos, pero también de crear pensamientos, y ello porque
tiene la capacidad de saber que sabe y saber que siente. Por eso mismo, es
capaz de identificar sus necesidades, a las cuales nombra, dado que gracias a
su inteligencia ha creado el lenguaje y el mundo simbólico que le permite no
sólo nombrar la necesidad sino además convertirla en deseo; y así, por ejemplo,
la necesidad de comer se transforma en el deseo de una hamburguesa. De esta
manera la frase: tengo hambre, va
seguida de la frase: se me antoja_____. Bajo esta lógica Marina afirma que las personas
tomamos decisiones no sólo por razonamientos, sino también por deseos; según el
autor, deseo e inteligencia mueven al mundo, mueven a las personas.
Lo anterior nos lleva a ver a los/las
estudiantes y profesionistas no sólo como seres dotadas/os de una capacidad
para aprender y relacionar conocimientos, sino como seres creadores/as de
conocimiento que se mueven por decisiones donde el deseo y el conocimiento han
tenido, cuando menos, una plática entre ellos antes de tomar una
decisión/acción.
Ello nos lleva a ver a los y las estudiantes
ya no sólo como cajas vacías (como en el sistema tradiconal de enseñanza) que hay
que llenar de conocimiento; sino como seres humanos/as que gracias a su
inteligencia saben y desean, por lo que crean conocimiento y estrategias para
poder cumplir sus deseos. Surge aquí la inquietud de saber qué saben, saber qué
desean y saber cómo le hacen para
cumplir con sus deseos/necesidades.
Y es aquí donde en mi experiencia personal
la relación profesora-alumno/a pasa a ser profesora-estudiante. La persona
docente no es ya la única que tiene conocimiento. Partimos del hecho de que
todas las personas tenemos algún tipo de conocimiento y que ese conocimiento es
producto de las muchas historias que nos conforman, donde la gente que nos
rodea y con la cual establecemos algún tipo de vínculo tiene un papel, igual
que lo tienen mis ideas valiosas también llamadas principios éticos. Las
habilidades también son parte del conocimiento de cada persona; deseos e
ilusiones propias forman parte de mi saber y de aquello que me empuja a hacer y
querer.
Del
deseo al Derecho a la Salud
Según Marina[4],
cuando las inteligencias deseantes, es decir, los humanos/as nos damos cuenta
de que los otros seres también tienen necesidades como las nuestras y deseos
como los nuestros, esos deseos
coincidentes, cuyo origen es una necesidad intelectualizada y simbolizada, se
convierten en derechos. Así, el derecho
a la salud no es simplemente un deseo, es una necesidad nombrada y reconocida
como necesidad de todo ser humano/a para su desarrollo como tal.
La
salud como derecho vinculante
El derecho es el reconocimiento grupal de
que todas las personas tienen la necesidad de tener salud al mismo tiempo; es
el compromiso del grupo a asegurar que todas las personas que lo integran tengan
salud, lo que nos lleva a una relación de reciprocidad del grupo hacia la
persona individual, y de la persona individual hacia el grupo cuando éste reconoce
su derecho a la salud. En este sentido es importante recalcar que para ejercer
un derecho no sólo se necesita que el grupo reconozca a la persona individual
como detentadora de ese derecho, sino que además requiere que el grupo
reconozca ese derecho en las demás personas miembros, y en este sentido
necesita que la persona individual a la que le ha sido reconocido su derecho,
reconozca el derecho de las demás personas del grupo.
La vinculación del derecho a la salud va
más allá de los grupos sociales y de las personas individuales que lo
conforman. Pasa por vincular a la salud con todos los demás derechos del ser
humano/a. Ello sucede si pensamos que la salud es la base necesaria sobre la
cual la persona humana puede desarrollar en óptimas condiciones todas sus
facultades. Para ello es necesario, por ejemplo, que tenga un equilibrio
homeostático físico-químico-biológico, en este sentido, derechos como: el
derecho a una vivienda digna, el derecho al acceso al agua potable, a una
alimentación sana, salario digno, se convierten en elementos inseparables del
derecho a la Salud. Bajo esta lógica el derecho a la salud incluye y a la vez
supera el derecho a una atención médica y a tener un sistema de salud que nos
cuide y proteja en caso de enfermedad.
Si nos definimos como personas humanas es
decir, como inteligencias deseantes, o deseos inteligentes, el derecho a la
educación, por ejemplo, se convierte en otro gran pilar para lograr el pleno
ejercicio del derecho a la salud, como también lo es (y cada día más en esta
sociedad) el derecho a la vida. Y así por ejemplo, el derecho a la movilidad
(que incluye la migración) se convierte también en un derecho fundamental para
ejercer el derecho a la salud, sobre todo en aquellas zonas donde la hambruna,
la violencia o la crisis económica impiden la vida digna de los seres que allí
habitan. El derecho al trabajo y a un salario justo también es un elemento
fundamental para asegurar el derecho a la salud de una población. Y así
podríamos seguir la lista, porque como bien se afirma en el Informe de la Sociedad Civil a la Comisión
sobre los Determinantes Sociales de la Salud, Organización Mundial de la Salud
(CDSS-OMS)[5],
el acceso y ejercicio pleno del derecho a la salud pasa por el reconocimiento,
acceso y ejercicio de los demás derechos.
Ver la salud como derecho nos lleva a vernos
como Seres Humanos/as con derechos, ya no como pacientes.
La salud como derecho me lleva a asumir
responsabilidad sobre mis derechos y sobre los derechos de las demás personas.
La salud como derecho me lleva a pensar en
la salud ya no como la simple ausencia de enfermedad sino como un fenómeno
complejo, es decir un fenómeno que está relacionado con fenómenos químicos,
físicos biológicos, sociales, culturales, económicos, jurídicos, éticos,
históricos, medio ambientales, etc. Donde cada uno de estos fenómenos impacta
mi salud y la de quienes me rodean y donde el ejercicio de mi salud pasa por
tomar una posición sobre mi derecho a la salud, sobre el derecho a la salud del
resto de la sociedad, sobre las condiciones económicas, sociales, culturales,
ambientales que impactan mi derecho a salud y el derecho a la salud de las
demás personas.
Al
encuentro de historias deseantemente
inteligentes: una posibilidad para la historia preferida.
Promover y enseñar a promover la salud en
contextos de inteligencias deseantes y de deseos inteligentes, implica –desde
mi punto de vista- abrir el espacio para las historia de deseos, ilusiones,
valores que nos han traído a todas/os al salón de clases. La posibilidad y el reconocimiento que las prácticas
narrativas hacen de las otras historias, esas que van más allá de las historias
que nos han contado de nosotros mismos y que nos etiquetan como “buenos o malos
estudiantes”, o “profesores que saben, y profesores choreros”, abre la
posibilidad de explorar elementos como los valores, las personas que nos
acompañan, los conocimientos y habilidades que nos permiten estar en la
universidad. Nos ayuda a explorar la relación entre nuestras acciones y
nuestras historias preferidas, a valorar lo hecho, o a repensarlo. En
pocas palabras nos ayudan a tomar el volante de nuestra vida y a seguir
construyendo el camino para cumplir con nuestros sueños y objetivos. De esta
manera la Inteligencia-Deseante encuentra caminos para seguir desarrollándose,
ya no a partir de discursos dominantes o etiquetas, sino desde lo que cada
quien valora. Es decir nos ayuda a vernos como sujetos con derechos. Una vez hecho esto hay que ligar los
conocimientos del programa con los conocimientos, deseos, valores y anhelos del
grupo, poner ejemplos y hacer visible su aportación a ello.
Todo lo expuesto hasta aquí nos ayuda a
establecer en el salón de clases relaciones más saludables y respetuosas. La escucha
y el entendimiento de que cada quien tiene derecho a ser quien quiera ser,
tiene derecho a pensar y actuar libremente siempre y cuando lo haga de manera
responsable, es decir no violentando el derecho de alguien más, nos ayuda a
establecer relaciones ya no de indiferencia, de competitividad o de agresión,
sino de acompañamiento y solidaridad; elementos que los y las estudiantes consideran
esenciales en la práctica de su profesión.
[1] Es importante mencionar que las
reflexiones aquí plasmades se vieron influenciades y desarrolladas a partir del
Curso- taller sobre enseñanza de las prácticas narrativas, impartido por Jill Freedman y Gene Combs en Jiutepec,
Morelos, febrero 2017
[2]Morin,
Edgar. Los siete saberes.
http://unesdoc.unesco.org/images/0011/001177/117740so.pdf
[3] Marina, Jose Antonio. Ética para
náufragos. Edit Anagrama. Barcelona 1995
[4]
Op. Cit.
[5] Publicado en Medicina social. Vol. 2, Num. 4, octubre del 2007.
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