Compilado
y redactado por Leticia Uribe
Hace 13 años, empezamos a reunirnos como un grupo de estudio. En
2009 nos autonombramos Grupo Terapia Narrativa Coyoacán y nos consolidamos como
grupo de difusión y enseñanza de las prácticas narrativas. En este momento
somos 12 integrantes activas, que seguimos reuniéndonos cada quince días a
estudiar, a compartir proyectos, aprendizajes, descubrimientos y experiencias
dentro de nuestro quehacer en la práctica narrativa. En el último mes, este
quehacer ha estado dedicado en gran parte a atender las vivencias del sismo del
19 de septiembre del 2017 en México, nuestro país. Esta experiencia nos ha
cimbrado en todos los sentidos, a partir del día en que el suelo nos sacudió
físicamente. Este mes y medio ha implicado para nosotrxs un reto y un
enfrentamiento con la adversidad, conocido y compartido por quienes habitamos esta
ciudad. Sin embargo, como terapeutas y como personas comprometidas con nuestro
trabajo de acompañamiento a personas, ha sido también una oportunidad para
aportar y aplicar lo que las prácticas narrativas ofrecen: encontrar a partir
del dolor, la confusión, el miedo y la angustia, caminos alternativos de
crecimiento, de esperanza y de compromiso con la vida.
Por esta razón, decidimos unir nuestras vivencias y nuestras voces
en este documento, para dar testimonio, como comunidad para la comunidad, de nuestras
experiencias ante el sismo. Como solemos hacer cotidianamente, también en esta
ocasión nos movimos en dos planos: cada quien actuando desde su consulta
privada, siguiendo proyectos por su cuenta o en pares o pequeños grupos, y al
mismo tiempo compartiendo esta experiencia individual con el grupo y contribuyendo
a los proyectos en común: en este caso, la formación y aplicación de grupos de
conversación para recuperar-nos de los efectos del sismo.
Las voces de este documento son de quienes hoy conformamos el grupo
activo: Cuqui Toledo, Mónica Duarte, Leticia Uribe, Manuel Turrent, Alejandra
Usabiaga, Diana Rico, Tomoko Yashiro, Mireia Viladevall, Miriam Zavala, Ana
Solís, María Eugenia Nadurille y Marina González; también aporta su voz Erika Valtierra,
terapeuta narrativa en formación, que nos apoya en muchos de los detalles de
nuestro trabajo grupal.
Ciudad de México, octubre del 2017.
Nuestras primeras reacciones ante el sismo fueron de susto,
incredulidad, sentir que este no era un temblor como otros, mantener la calma
para contener a alguien más, salir a la zona de seguridad, ponerse a salvo. También
vivimos miedo: ante los ruidos, vidrios que se rompen, puertas de cristal que
se pandean, árboles que se sacuden…
Después… buscar a lxs seres queridos, avisar que estamos bien,
quienes localizaron pronto, tuvieron calma. Mensajes que iban y venían, lentos
a veces. Si faltaba localizar a alguien, había angustia silenciosa hasta recibir
noticias. Finalmente, todxs logramos encontrarnos, y entonces… pensar en la
responsabilidad de estar bien.
A medida que fuimos enterándonos de que se derrumbaban edificios,
de que había daños graves, gente atrapada, surgen recuerdos del 85, recuerdos
de una abuela, de situaciones difíciles, la tenebrosa coincidencia de la fecha,
miedo que permanece por días, que en este primer momento a algunas de nosotras
las deja en shock, con ganas de no salir de la cama ni enterarse de nada.
Quienes estaban lejos de casa, buscaban regresar. Quienes estaban
en casa, sienten la necesidad de salir, de ayudar, pero la ciudad es caos, no
se puede llegar. Desde el primer momento se sabe: la gente en todas partes ha
salido a ayudar.
Para nosotrxs fue importante pensar en ayudar creando comunidad, ayudar
creando, no nada más dando cosas. Establecer vínculos. Sabíamos que nuestra responsabilidad
era usar lo que sabemos hacer para buscar la manera de ayudar. Eso si, nos
quedaba claro que no queríamos hacerlo en soledad que necesitabamos la fuerza
de un colectivo para hacerlo.
Algunas nos sentimos divididas, entre salir a dar ayuda a otras
personas, o quedarnos en obligaciones con nuestras personas queridas, que
también nos necesitaban. Una de nosotras no tuvo elección, había que quedarse a
atender a la persona más próxima; se descubrió sintiendo enojo por no poder
hacer lo que le gusta: actuar como terapeuta; pero le ayudó ofrecer ese momento
como una especie de sacrificio para quienes estaban en condiciones más difíciles.
Desde la mañana siguiente buscamos dar ayuda desde lo psicológico,
algunas logramos conectar un poco con algunas personas, hacer ver que no estan
solas, mandar mensajes a nuestrxs consultantes, dar consultas a distancia, por teléfono o presenciales de forma
gratuita, viajar a los otros estados afectados a intentar dar terapia
comunitaria. Pero en realidad, todavía no era momento para este tipo de apoyo,
las urgencias eran otras. Sentimos frustración, que se apaciguó
bastante cuando entendimos que lo primero que nos tocaba hacer era replegarnos,
capacitarnos, saber cómo cuidarnos y tener estrategias de acción que nos
ayudaran a ser efectivas.
Tocaba planear y organizar mapas para grupos de conversación, desde
lo grupal y desde lo comunitario. Unirnos a esfuerzos de grupos que daban ayuda
a distancia o recibiendo referencias de personas que requerían conversaciones,
contención y alguien que les escuchara ante la crisis. Incluso algunas acudieron
con brigadas a las zonas afectadas, conversando directamente con las familias.
A partir de ahí, fue compartir entre nosotrxs las experiencias: ¿qué cosa estamos haciendo que nos está funcionando y le podríamos compartir a otras personas? ¿Qué cosas necesitaríamos para sentirnos mejor? ¿Qué cosas podemos hacer como grupo? ¿Cómo nos podemos ayudar entre todas?
La ayuda empezó a ser más desde las posibilidades que
nos abre la terapia narrativa: nombrar el problema, conversar hasta encontrar
que hay más de un camino, cuestionar de dónde surgen esas etiquetas que duelen
y paralizan y tomar postura para encontrar que siempre respondemos, para poder
dar pasos con más claridad, desde los propios recursos, protegiendo lo que se
valora.
La necesidad de terapia, individual o grupal, fue creciendo a
partir de la semana siguiente al sismo. Pudimos estar pendientes de nuestrxs
consultantes, atender llamadas de emergencia, estar pendientes de lxs niñxs que
lo necesitan tanto. Consultantes antiguos que ahora volvían a pedir nuestro
apoyo de manera urgente. Apoyar a alumnxs, familiares, amistades.
Muchas
más personas de las directamente afectadas por los derrumbes o por las
pérdidas, habían sido damnificadas, por la angustia que sentían, por la
certidumbre que se había esfumado, por la vulnerabilidad tan palpable que se
sentía en el aire. Parece
que las personas que salvan su vida van a estar bien, pero conforme pasan los
días tienen cuestionamientos, reflexiones, vaivén de emociones y una gran
necesidad de contención.
Empezamos a aplicar los grupos de conversación que se habían
planeado, aplicando la terapia narrativa comunitaria en una sola sesión. Trabajamos
como solemos hacerlo, unas tienen una idea y la comparten con el resto y de ahí
se va haciendo crecer con las aportaciones y las experiencias de todo el grupo.
Por pares y por grupos, aplicar lo compartido en diferentes espacios que lo
solicitaran.
El aprendizaje y la sensación de comunidad se fueron haciendo cada
vez más grandes. Generamos, como otras veces, una reflexión sobre
nuestra práctica, sobre lo que nos sirve para hacer mejor nuestro trabajo.
Buscamos escribir, tender la
mano, oídos y corazón completo a otras personas. Vernos envueltas por los
relatos de otrxs, y por los nuestros. Reflexionamos acerca de lo que puede
obstaculizar nuestro trabajo, las creencias y expectativas que jugaban en
nuestra contra. Hablamos de cómo cuidarnos. Hemos contado
historias y escuchado otras más.
Valoramos el poder acompañar desde la esperanza que genera la
narrativa y la voz de lxs demás, para apoyar a las personas que se sentían sin
recursos para seguir enfrentando las situaciones que viven día a día.
Cada
llamada que tomamos, cada conversación que tuvimos, fueron oportunidades para
poner en ejercicio la solidaridad. Nadie se salva solx. Esta vez nos tocó a nosotxs ayudar para que otrxs
estuvieran bien, mañana podría ser al revés. Era importante estar ahí, para que
las personas supieran que no estaban solas.
Nos interesa reconocer la importancia de abrir el espacio para
historias alternativas y no caer ante la culpa. Recuperar el valor de lo que se
puede hacer desde cada quien, no dejarnos dominar por la impotencia.
Relajarnos, tenernos paciencia a nosotras mismas. Validar distintas formas
personales de hacer frente a la situación.
Valoramos
nuestra profesión y la ética de colaboración y cuidado que la Narrativa nos ha
enseñado tan bien. Muchas de las historias que
escuchamos giraron alrededor de recuperar lo valioso y lo importante, a partir
de experiencias que de entrada sonaban desoladoras y desesperanzadoras. Nos
conmueve constatar que las preguntas narrativas rescatan las respuestas de las
personas ante la adversidad y las destacan como puntos dentro de una historia
que liga valores, sueños, esperanzas y personajes, al tiempo que ayudan a re-narrar
esos episodios adversos y dolorosos como momentos luminosos. Desde las prácticas narrativas, trabajar trauma y hacer
intervención en crisis lleva a las personas a encontrar recursos y esperanza en
su propia experiencia y sabiduría.
Valoramos el autocuidado. El trabajo de terapeuta es mas continuo,
no esta solo en la emergencia, no hay que saturarse porque esto es carrera de
resistencia, esto va para largo y cuando pase la urgencia, tendremos que
entrarle con más fuerza. Ponernos límites, tener claros nuestros alcances, no
hacer lo que no nos toca. Detectar en qué si es útil nuestra ayuda y en qué no.
Si la ayuda sobra en un lugar, mejor enfocarla en otra cosa. Hemos cuestionado la imperiosa necesidad de ayudar
por ayudar.
Valoramos
el trabajo en equipo, la cadena humana, entre
quienes estaban en primera línea y quienes actuaban más en la periferia. Valoramos
la compañía, el estar presentes y pendientes con quienes nos consultan. La
importancia de las redes y de la conexión
A lo largo de todas estas experiencias, hemos aprendido y
reaprendido que nuestro trabajo en grupo nos permite sumar la voz individual a
las voces del resto, generando diferentes metodologías, probando posibilidades
de acción y conversación, uniendo esfuerzos entre nosotras: Grupo Terapia
Narrativa Coyoacán, y con nuestros grupos solidarios, como Casa Tonalá y Tocaltía.
Aprendimos a reconocer que cuando surgen preocupaciones importantes
a nivel personal, nuestras prioridades
cambian, pero eso no impide que podamos hacer algo desde nuestro lugar, con
nuestras posibilidades del momento y aplicando nuestras propias sabidurías. Aprendimos
sobre nuestra flexibilidad y versatilidad. Corroboramos lo que la narrativa nos
ha enseñado: tener una mirada apreciativa de la vida y de las personas, por
encima de las circunstancias.
Aprendimos acerca de los tiempos en el proceso ante situaciones
extremas como esta: nuestro papel como terapeutas es importante, pero hay que
saber esperar el momento en el que las personas pueden tener claro lo
necesitan, una vez que las cuestiones mas urgentes y prácticas se van
acomodando.
Aprendimos sobre nuestros límites, sobre nuestras reacciones ante
las emergencias, y sobre cómo medir nuestras capacidades.
Atestiguamos
la actitud solidaria que a su vez se aprendió de generaciones anteriores. Constatamos
cómo las personas saben que ese borbotón de ayuda y hermandad no es suficiente
para que mejoremos como país. Que las personas valoran la actitud de comunidad
que surgió ante el temblor, pero también saben que hay que hacer mucho más para
que se mantenga. Hemos visto surgir la necesidad de volver a la normalidad
después del evento de desastre, pero con la claridad de que esa “normalidad” no
puede ser la misma de antes, que hay que mantener lo aprendido y hacerlo crecer.
Queremos honrar los vínculos que se formaron y las historias que
hemos escuchado, estudiando más, preparándonos, aprendiendo, tomando cursos y
difundiendo la práctica narrativa para que más personas se miren de este modo.
Seguir dando una mano y caminar con otras personas. Y hacerlo cada día, dando
un paso a la vez.
Escuchamos a nuestro cuerpo con más
facilidad, dando mas abrazos, agradeciendo nuestros privilegios y actuando en
consecuencia.
La oscuridad del caos retrocede cuando le anteponemos la luz de nuestras
esperanzas y nuestras intenciones. Por eso, nos acompañamos y nos llevamos de la mano, como
grupo, como comunidad, para prender nuestras propias velitas en la oscuridad.
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