por Mónica Duarte
En
1988 Michael White, en su escrito “Diciendo
hola de nuevo: la incorporación de la relación perdida en la resolución del
duelo”, desafía el paradigma de los últimos cien años respecto a la forma
de vivir la muerte y el duelo de un ser querido en nuestra cultura urbana
occidental. Las teorías psicodinámicas en el contexto psicológico tradicional
han favorecido que las personas corten los fuertes lazos a partir de que su ser
querido muere, considerando que para que la tristeza desaparezca el doliente
debe continuar su vida de forma individual sin que necesite de la relación con
el ser querido difunto. Freud en 1917 en “Duelo
y Melancolía”, plantea que la resolución del duelo implica desarrollar una
nueva realidad que ya no incluya lo que se ha perdido. Otra idea que está
implícita es que la tristeza experimentada es como una enfermedad curable. Esta
metáfora de “Decir adiós”, como White la cuestionó, se expresa en los enfoques
actuales de resolución del duelo con las frases de “cerrar círculos”, “darle
vuelta a la página”, “seguir adelante con la vida”, etc.
Por el
contrario, White plantea la metáfora de “Decir hola de nuevo”, que surge tras
haber conversado con personas que ya tenían el “diagnóstico de duelo
patológico”, y que ofrece a las personas
la posibilidad de continuar la relación con los seres queridos que murieron,
resaltando los aspectos que la misma persona seleccione. Las conversaciones
crean un contexto que permite incorporar la relación perdida, y que busca
encontrar las historias del difunto que lleven a reconocer valores y conexiones
con el ser querido e integrarlas a la vida del doliente.
¿Qué ha sostenido la metáfora de “Decir
adiós”, por qué ha tenido tanta fuerza y se ha mantenido hasta nuestros días?
La
idea de “Decir adiós” está alimentada por un concepto de muerte y duelo derivado
de la visión positivista del mundo occidental. La muerte es una experiencia sumamente
compleja, pero desde esta perspectiva racionalista del mundo se destaca
principalmente la dimensión biológica, la muerte del cuerpo anatómico. Así, la
medicina y disciplinas afines se encargan del cuidado del cuerpo y de las
enfermedades, mientras que la psicología y disciplinas afines del cuidado de la
psique, dejando fuera la dimensión espiritual, comunitaria, social o filosófica
de la muerte y el duelo.
Es a partir
del s. XVII que la muerte pasa a ser un problema médico. La medicina, empieza a
regular y por ende a dictar cómo de se debe vivir y concebir la muerte y, por
lo tanto, la vida misma. Todavía a principios del s. XX la muerte era parte de
la vida cotidiana en el sentido de que el nacimiento y la muerte ocurrían en el
mismo escenario, las casas de familia, y los miembros de ésta participaban
preparando al difunto y los rituales funerarios, específicamente el velorio, y se
realizaba en los hogares. Ahora, las instituciones sanitarias se han apoderado
de este papel, los enfermos ya son atendidos en los hospitales y son las agencias
funerarias las que se encargan de la muerte y sus procedimientos, estando los
deudos fuera, ajenos, “evitando esa molestia, ese shock”. La muerte ha sido, pues, sanitizada e institucionalizada
(Levy, 1999).
Un fenómeno claro de la medicalización es la “patologización
del duelo”, en donde las expresiones de la experiencia humana, como el dolor
emocional, se pueden clasificar como manifestaciones de una patología que hay
que prevenir y curar. En relación con los temas de duelo y muerte, la medicalización,
para evitar el sufrimiento tanto en los moribundos como en los deudos, apunta
que “…el duelo mutó de ser un acto público, que congregaba familias y comunidades,
a ser un acontecimiento individual. Pasó de ser un ritual que establecía una
nueva relación entre vivos y muertos, a ser una experiencia de dolor personal
que era necesario silenciar” (García Martínez, 2011).
Otro aspecto es la negación de la muerte, pues es
expulsada, se convierte en el enemigo a vencer, porque el gran avance médico
hace pensar que se le puede postergar; tiende a ser percibida no como un hecho
natural esperado, sino como un hecho sorpresivo o accidental como si se
partiera de la creencia que la muerte se puede evitar o postergar indefinidamente
(Quintanas, 2010)
Así, a la muerte desde el s. XX se le considera un tema
tabú, y después de ser un punto de expresión social y cultural se ha ido
relegando a lo individual, a lo íntimo, a lo privado, como si tuviera algo de
vergonzoso, de desagradable, de mal gusto. Hay una sobrevaloración de la vida y
del hedonismo convencional.
En la actualidad la mercantilización de los temas de
enfermedad, muerte y duelo ha llegado a grados extremos al convertirse en un
tremendo negocio: hospitales, médicos, funerarias, psicólogos y psiquiatras,
etc. Ya Michel Foucault hablaba de cómo la medicalización ha ubicado a las
instituciones de salud en un lugar central de donde emanan estrategias
políticas y económicas de salud pública y formas de biopoder, de las que somos
presas.
Este panorama es lo que enmarca la metáfora de “Decir
adiós”, entender el duelo como trastorno, la expropiación de los rituales de
duelo y muerte del ámbito social confinándolos a lo individual e íntimo, lo que
no ayuda a su elaboración y favorece que los duelos se vivan en silencio: “Ante
esto solo queda decir adiós lo más pronto posible, como si fuera el único
camino” (García Martínez, 2011).
La
metáfora de “Decir hola de nuevo”
La
metáfora de “Decir hola” planteada por Michael White está inspirada en las
aportaciones de la antropóloga Barbara Myerhoff y su trabajo con ancianos de la
comunidad judía en Los Ángeles, en los años ochenta, al recuperar las
conversaciones de re-membranza por parte de sus miembros como forma de
contribuir a un sentido de identidad multifacética, como una asociación de vida
y no desde un encapsulamiento.
¿Qué
nos aporta la antropología para ampliar nuestros entendimientos de la muerte y
el duelo? Primero, que el significado de la muerte se construye socialmente,
por lo que su concepción es distinta dependiendo de la cultura que se estudie, y
los rituales funerarios son las puertas de entrada a esos complejos
entendimientos sobre vida y muerte y que
se confrontan y se confirman al mismo tiempo, al ser caras de una misma moneda. Segundo, que los ritos funerarios brindan una
estructura, un orden, un sentido a la existencia humana para sobrellevar y comprender
el complejo hecho del morir.
Podemos
afirmar que no hay muerte sin ritual,
porque el ritual expresa la conciencia de la muerte y la necesidad de darle un
entendimiento, un significado para la comunidad en duelo. Los estudios antropológicos
nos muestran cómo la conciencia de muerte está presente desde el hombre
primitivo: el testimonio más antiguo de
práctica funeraria en la historia data de hace 500 mil años por los Homo Heidelbergensis, en la Sima de las Huesos, en Atapuerca, España[1].
Es un
hecho que los pueblos paleolíticos Neanderthales y otros (aproximadamente 50
mil años A.C.), practicaron rituales funerarios con la creencia de que la
muerte no es el final de la existencia, sino un tránsito, ya que no solo
enterraban a sus muertos en posición fetal sino que los proveían de alimento y
armas pensando que los necesitarían en su camino posterior (Enciclopedia Británica, tomo 26, p. 805).
Al
observarse que la historia de los rituales funerarios es tan antigua, su estudio
confirma cómo la muerte está imbricada en la concepción misma de la vida, pues
dichas prácticas han sido centrales en la vida de toda comunidad y, por ende,
de los individuos que la conforman. Enfatizamos cómo los ritos de paso son
importantes para el individuo, pues establecen transiciones entre estados
distintos, y su práctica es fundamental para dar el salto o el cambio con
respecto a lo individual, sí, pero con respecto al grupo los ritos tienen un
efecto de cohesión y contribuyen a la construcción de la identidad común, dada
su capacidad para promover la integración.
Cuando
alguien muere, especialmente cuando la persona es querida, el rito sirve de
vehículo comunicativo a través del cual el doliente puede expresar su dolor por
la ausencia: se trata de una comunicación simbólica, imaginaria, que se realiza
por medio de objetos simbólicos, que dan significado a las ideas, las creencias,
los valores de esa comunidad(Barceló 2011)
White explica:
“el trabajo orientado por la metáfora de “Decir
de nuevo hola” ayuda a las personas a desarrollar capacidades para la
reincorporación y la expresión de experiencias significativas de sus
relaciones. Estas son experiencias que las personas ya han vivido, que son
parte de su bagaje de experiencia vivida”. En esta alternativa posmoderna,
White intenta dar herramientas a quienes están en duelo para fortalecerse y romper
con los ciclos de tragedia y de fin absoluto.
En la línea de la metáfora de “Decir hola de nuevo” ¿hay culturas cuyos rituales
vayan en ese sentido?
Sí, en
la cultura prehispánica mexicana puede verse el “Decir hola de nuevo” en los
múltiples rituales del Día de Muertos al continuarse por años la relación con
el ser querido que ha hecho el tránsito al inframundo. La muerte no significa
el fin de la existencia sino un cambio a una vida de ultratumba al desprenderse
el alma inmortal del cuerpo, proceso que requiere de la participación de los
vivos.
Por el
Museo Oriental Valladolid sabemos cómo en la antigua China se veneraba a los
antepasados. Se acostumbraba enterrar al
muerto en la misma casa donde guardaban las cosechas y, pasado algún tiempo, se
trasladaba al cementerio familiar, donde tras larga ceremonia se “fijaba” el
alma a una tablilla o Ling-pai que
era colocada en el altar familiar dentro de casa. El Confucionismo a partir del s. III A.C.
recogió estas tradiciones donde toda casa china debía contar con un altar
familiar donde residía el alma de sus antepasados, venerándolos y consultándolos
sobre decisiones importantes para la familia.
Finalmente,
en la isla Sulawesi al este de Indonesia, está la comunidad Tana Toraja (Kelli
Swazey: TED Talk), para quien el ritual más importante es el funerario, aún más
que el nacimiento o una boda. Para ellos la muerte física no es lo mismo que la
muerte definitiva porque un miembro de la sociedad fallece verdaderamente hasta
que se reúnen los recursos para celebrar la ceremonia fúnebre apropiada a su
status. En la espera de meses o años, el cuerpo se conserva en casa con un
tratamiento especial, es cubierto con telas, y es alimentado y cuidado de forma
simbólica.
Hay un
refrán toraja que dice: “Todas las personas llegarán a ser abuelos”, porque,
como explica Swazey, tras la muerte todos seremos parte de la línea ancestral
que nos ancla entre el pasado y el presente, y que definirá quiénes serán
nuestros seres queridos en el futuro.
¿Como queremos relacionarnos con nuestros muertos?
Junio 2014
BIBLIOGRAFÍA
1.
García Martínez, F. (2001), “La muerte y el duelo: ¿el final del
vínculo? Una perspectiva constructivista narrativa”, en A. Krieger (ed.), Repensar
los vínculos, pp.45-58, RV Ediciones, Buenos Aires.
2.
Barceló, J.A. (1990), “La arqueología y el estudio de los ritos
funerarios: métodos matemáticos de análisis”, en Zephyrus: Revista de
prehistoria y arqueología, n.43, pp. 181-187, Salamanca.
3.
White, M. (1994), Guías para una terapia familiar sistémica, Gedisa, Barcelona.
4.
White, M. (2002), El enfoque narrativo en la experiencia de los
terapeutas, Gedisa, Barcelona.
5.
Gómez-Gutiérrez, J. (2011), “La reacción ante la muerte en la cultura
del mexicano actual”, en Revista Investigación y Saberes, Universidad de
Londres, n.1, Sept-Dic 2011, pp. 39-48, México.
6.
Torres, D. (2006), “Los rituales funerarios como estrategias simbólicas
que regulan las relaciones entre las personas y las culturas”, en Sapiens:
Revista Universitaria de Investigación, v.7, n.2, Dic 2006, pp. 107-118, Caracas.
7.
Quintanas, A. (2010), “El tabú de la muerte y la biopolítica según M.
Foucault”, en Revista Internacional de Filosofía, Universidad de Murcia,
n.51, pp. 171-182, Murcia.
[1] www.atapuerca.org/ El
descubrimiento consiste en restos fosiles de 32 individuos junto con un
utensilio de piedra roja llamado por los antropólogos “Excalibur”.
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