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martes, 19 de octubre de 2010

MIEDO

Autora: Karen Gould
Traducción y adaptación: Ángeles Díaz Rubín (Cuqui Toledo). 

Erase una vez una mujer que vivía con el MIEDO, había convivido con él desde que era pequeña y se había acostumbrado a su presencia a pesar de que él era muy desagradable, grande y fuerte, y que la mordía con unos terribles colmillos venenosos paralizando su corazón y debilitando sus músculos. Sin embargo esto no pasaba tan a menudo, solamente cuando ella hacía algo que a él le molestaba. Un día la mujer decidió hacer algo novedoso, algo para ella misma... Al MIEDO no le agradó la idea y la mordió con más fuerza, pero a pesar de que el corazón de la mujer casi dejó de latir y sus músculos perdieron la fuerza, continuó luchando hasta que anocheció y la mujer cayó exhausta en el sueño. Cada mañana empezaba una nueva pelea, en la que el MIEDO siempre ganaba, hasta que un día la mujer logró derribarlo y sujetarlo para que no la mordiera; lucharon y lucharon, pero eventualmente la mordió. La batalla continuó diariamente y la mujer siempre resultaba derrotada, pero poco a poco, con cada mordida sus músculos se fueron fortaleciendo y también fue descubriendo los trucos y los puntos débiles del MIEDO. Con el tiempo, por fin la mujer pudo sujetarlo en el suelo y ponerle el pie en la espalda. Entonces le dijo: “te he vencido, así que ahora vete” y el miedo desapareció. A la mañana siguiente la mujer despertó feliz, pero cual no sería su sorpresa al ver al MIEDO sentado en una esquina del cuarto. “¿Qué haces aquí?, ¡YO te he vencido!” gritó ella. “Pero eso fue ayer... si quieres que me vaya tendrás que vencerme nuevamente hoy.” Y las peleas continuaron, pero el MIEDO parecía que empequeñecía cada mañana y de pronto ella se dio cuenta que apenas le llegaba a la cintura. Entonces le dijo: ”Me voy a recoger moras al monte” y lo quitó de su camino de un empujón. Al estar recogiendo las moras se encontró de frente a un oso grande y hambriento que se enfureció y empezó a perseguirla; ella corría pero estaba convencida de que moriría pues el oso acortaba la distancia rápidamente. Por fortuna esa mañana la mujer no había despedido al MIEDO, así que en ese momento estaba justo tras ella y la mordió. De inmediato su cuerpo ya entrenado produjo el antídoto: la medicina anti-miedo que le dio fuerza y aceleró su corazón. Sin soltar la canasta de moras y de la mano del MIEDO corrieron los dos hasta llegar a casa. Esa tarde la mujer horneó un delicioso pastel de moras y para agradecerle al MIEDO lo invitó a cenar. Este se enfureció, no quería oír agradecimientos (en verdad no quería ver a la mujer lastimada) “¿En qué estabas pensando?” “¡Si me hubieras hecho caso no te habrías encontrado al oso!” y quiso reanudar la pelea, pero la mujer que estaba muy cansada por la carrera, solamente le contestó: “Pero tampoco tendría estas deliciosas moras.” Y satisfecha, se fue a dormir. Volvieron a reanudar las peleas y el MIEDO fue haciéndose más pequeño, lo que la mujer quería era desaparecerlo para siempre. Cuando ya era muy pequeñito, la mujer tuvo otra idea, confeccionó un morralito y lo introdujo en él, así lo llevaría siempre consigo, atado a su cintura para sacarlo cuando lo necesitara. Recuerden que la mujer se había acostumbrado a vivir con el MIEDO.

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